En los siglos XVI a XIX, la vigilancia, el control o la extinción de los Gitanos son los prejuicios que, propagados desde el poder, dieron lugar a distintas, incluso opuestas, políticas. Castilla optó por preservar las colonias de la presencia de estos “indeseables”, mientras que Portugal e Inglaterra decidieron su deportación ultramarina, con el doble propósito de contribuir al poblamiento colonial y de ofrecer a su economía una fuerza de trabajo esclavizada. Se recela de su peligrosidad social, incluso de su potencial peligrosidad política: “gentes perniciosas que serían capaces, colocadas en América, de alterar la constitución y seguridad de aquellos grandes dominios”.
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